viernes, 23 de diciembre de 2011
Jueves.
Solo sé que era jueves y que te habías cortado el pelo. Que por entonces ella no existía, pero quizá tampoco tú sabías mi nombre. Que tenías (y tienes) la sonrisa más increíble y odiosa al mismo tiempo, por aquello de poder conseguir cualquier cosa con ella. Que tras esa mañana llegó la primera vez que me miraste directamente a los ojos y me sumergí en la incertidumbre que persiste hoy todavía, el no saber si son negros o color coca-cola. Que también vino luego la primera vez que me rozaste la mano, que dijiste mi nombre en voz alta, que me tocaste el pelo. Que quizá en ese momento te reíste y ya me rebelé contra el mundo, negándome a escuchar un sonido que no fuera ese. Que a desde ese martes tengo apuntadas casi cada palabra que me dijiste, cada vez que fui feliz en la máxima expresión; para no olvidar nunca que una vez creí que todo era posible. Que hice un álbum de recortes con cada recuerdo traspapelado, de esos que ya no me regalas desde que no existe un tú y yo. Que no se pueden contar las veces que me prometí a mí misma que dejarías de ser ese único motivo de seguir viva, al igual que son incontables las veces que recaí. Sí, que recaí. Que recaí por tu sonrisa de niño pillado en falta, por la forma que tenías de saber en que momento justo necesitaba burlarme en la cara de mis problemas. ¿En cuántas ocasiones me habré preguntado cómo no te das cuenta de que eres mi vida, de que cada vez que te veo con ella se me encoge el alma? De que yo he aprendido a descifrar cada gesto, de que lo que yo te puedo dar ella nunca será capaz de ofrecértelo. Y de que desde ese día han pasado muchos jueves.
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