Estamos acostumbrados a estar solos, a quejarnos, a pensar que cualquiera es mejor que nosotros. Acostumbrados a sacarnos las castañas del fuego sin ayuda, a no importar a nadie, a que mostrar tus debilidades solo hará que te hagan daño así que mejor guardatelas para ti. Y tenemos el caparazón tan bien pegado, tan duro; el muro tan alto y resbaladizo para asegurarnos de que nadie lo sobrepase, y las costumbres tan dentro de nosotros que es difícil dejarlas a un lado. Y no creer cuando alguien te dice que quiere ayudar, es malo. Y no creer cuando alguien te dice que estas guapa, es malo. Y no creer cuando tu misma te estas diciendo que se puede ser feliz, es peor.
Porque tenemos que aprender a dejarnos querer. A permitir que nos echen una mano cuando estamos agobiados y que nos den un abrazo cuando hace falta. Hay que aprender a contar con los demás y con nosotros mismos; que a veces si somos lo suficientemente buenos. Tenemos que creernos y querernos, y aceptar que a veces hace falta alguien que te enseñe como hacerlo. Porque ni tú, ni yo, ni nadie, somos tan duros como nos gustaría.
No hay comentarios:
Publicar un comentario