miércoles, 18 de junio de 2014

Quizá es que nos gusta el dolor.

Algunas personas tenemos una tendencia innata a buscar el dolor. No el físico, si no el psicológico. El dolor moral. Esa sensación de mareo, la tripa cerrada, el nudo en la garganta y una sobrecarga en tu cabeza que sientes que solo puedes quitarte llorando. Es como un vicio, levantarse las postillas una y otra vez, no dejar jamás que la herida cicatrice, como si tuviésemos miedo de estar bien.
Preferimos releer conversaciones pasadas y pensar en como cambiar cosas incambiables que intentar hacer nuestro día a día lo mejor posible, y nos dedicamos a compararnos con cada persona que aparece en nuestro camino o en el de todas las personas que nos importan hasta convencernos de que ellos eran y son mejores y por lo tanto todos nos acabaran abandonando. Tenemos una increíble capacidad para no creernos las cosas buenas, por mucho que nos las repitan o intenten convencernos, incluso aquellas que en nuestro interior sabemos que pueden ser verdad, porque no estamos acostumbrados a que lo sean. Casi podría decirse que nos gusta sentirnos mal. Aunque en mi opinión más bien es que consideramos que no nos merecemos sentirnos bien.

Me libraria de mis desajustes.

Hay días, sobre todo a partir de cierta hora de la noche y de cierto número de pañuelos gastados, en los que pienso que me gustaría no ser como soy. Me gustaría ser divertida sin ser cruel, ser inocente, y dulce, y tener una sinceridad que no hiciese daño. Me encantaría tener la suficiente seguridad como para poder demostrar mis inseguridades, y la suficiente autoestima para aceptar los cumplidos y no tener que fingir que mi ego roza las nubes.
Si pudiese, elegiría que me gustasen las cursiladas y hablar sobre mis sentimientos, y risa de idiota y otra forma de vestir. No elegiría ser tan rara como soy, tan diferente, tan complicada hasta para mi misma.
No querría ser insoportable.
Si estuviese en mi mano, creerme que preferiría ser un poco más fácil de querer.

martes, 17 de junio de 2014

A nadie le importan tus inseguridades

La clave esta en dar la idea equivocada. Que piensen que no te molestan esas cosas que te rompen por dentro. Ser todo seguridad, todo fuerza, todo hielo; ese es el secreto de la supervivencia. Y que se hagan a la idea de que no pueden derribarte, para que con un poco de suerte no lo intenten. Si todos piensan que eres así, quizá al final acabes siéndolo. Puede que consigas dejar de pensar en todas las cosas en las que no eres lo suficientemente bueno, puede que dejes de compararte con cada persona que se cruza en tu vida, puede que dejes de pensar que todos tienen otra opción mejor y tú eres solo temporal, e incluso puede que llegues a creer a alguien cuando te haga un cumplido.
Y si no; si el que la gente piense algo no lo hace real, al menos lo será para ellos, que es lo importante. En cuanto a ti..bueno, imagino que a estas alturas ya habrás aprendido a almacenar el dolor y a guardarte el miedo para el único al que le importa: tu mismo.

jueves, 12 de junio de 2014

Algunos simplemente no sabemos ser felices.

Se dice que todos nacemos para ser felices, para que nos quieran, para importar a la gente. Dicen que es el cariño de otros lo que nos hace personas. Si esto es verdad, algunos quizá no seamos verdaderos humanos.
Algunos, simplemente, no estamos diseñados para dejar que otros entren en nuestra vida. Será una cuestión de genoma o, más bien, que nunca nos enseñaron a ser felices. Toda la vida nos hicieron creer que jamás seríamos lo suficiente para que nadie se preocupara por nosotros, lo suficiente para que nos quisieran, lo suficiente para que alguien fuera a hacer el más mínimo esfuerzo por estar con nosotros. Es un aprendizaje que dura muchos años y, por lo tanto, son necesarias muchos años para cambiar esta percepción.
Porque siempre ha sido así. Nosotros solos contra el mundo, o más bien el mundo contra nosotros. Levantarnos solos, salvarnos solos, animarnos solos y intentar llegar al estado de pseudofelicidad que alcanzamos en nuestros mejores momentos..solos.
Una vez que te has acostumbrado a esto, que has aprendido a sobrevivir por tu cuenta, es difícil introducir a alguien nuevo en tu esquema vital. Quizá por la desconfianza que nos han metido en la cabeza tantas novedades destructivas, quizá por la falta de costumbre o quizá por el miedo a lo que pueda pasar si se caen tus defensas, a no saber si podrás volver a vivir en tu anterior estado de intentar ser minimamente humano una vez hayas sido feliz.