miércoles, 29 de febrero de 2012
La calle, y yo sin él.
Se sienta, como siempre, en ese punto en que el último escalón se convierte en calle. No le importa que pueda ensuciarse el pantalón corto que se ha puesto aunque las nubes no acompañen; eso hace tiempo que le es indiferente. Justo a su lado está esa placa de metal, cuyo significado no comprendió la primera vez que pasó, de noche, por allí. Hoy se pregunta como no se había dado cuenta de inmediato. Llega un hombre en bicicleta y, bajándose, usa ese carril para subir las escaleras. Hay una serie de negocios en el estrecho pasaje: un quiosco donde le venden tabaco, una peluquería y aquel del fondo que ofrece café para llevar. Si alza la mirada, sus pensamientos se aceleran al igual que los coches que cruzan por encima. Y la gente camina rápido también en su pequeño refugio, pero esa prisa es diferente. Casi no llega a verlo desde donde está, pero al otro extremo del pasadizo se abre un parque, un pulmón entre la ciudad. El camino bordea las aguas de un pequeño afluente, las bicicletas hacen suya la gravilla. Y allí, a la altura del puente, la pastelería. A primera vista, parece otro edificio bajo, de una sola planta, de esos en que no cabe un solo graffiti más. Pero su interior es encantador, y el olor que desprende mejor aún. Al otro lado del puente, un negocio de flores. La lengua más bonita del mundo, se lee en el puesto de madera. Tal vez fuera su rincón preferido de la ciudad; podía sentarse ahí durante horas, nadie se fijaría en ella. No encontraría a nadie conocido, nadie que la obligara a sonreír cuando no quería. Pero también seguía enfermizamente lejos de él. Y así sería a partir de ahora. Debía acostumbrarse. Rebuscó en su bolso, buscando el tabaco. Se encendió un cigarro y su vista se perdió a lo lejos. En los mismos pensamientos de siempre. Cada vez que se llevaba uno a los labios, era como un directo a su recuerdo. Era como decir: "mira qué bien estoy, ya no te necesito. Lo he superado, ya ni me acordaba de lo mucho que odiabas que fumaran". Aunque en realidad fuese todo una mentira, aunque hubiera comenzado con ese vicio para dejar atrás esa persona que había sido a su lado. Para olvidarlo todo, para sentirse fuerte. Para engañarse casi tanto como él le había mentido a ella. Y por eso, ahí estaba, rodeada de extraños. Rompiendo uno por uno cada requisito que él un día había fijado para su chica perfecta.
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